octubre 27, 2010

Suicidius interruptus

Y cómo venía diciendo, fue esta insoportable levedad, tanta mediocridad, la que me otorgó un sentimiento profundo y superior, una sensación grande de querer trascender. No sería famosa, ni rica ni mi marido me regalaría su apellido. Era todo muy anodino, de un gris marengo que entristecía. La gran emoción mezquina que me devoraba era mi única pasión.

Como siempre he sido muy tremendista, decidí darle solución sonora. Cuánto más efectista, más compensaría.

Estaba todavía viviendo en casa de mis padres. La habitación estaba en el sótano pero en lo alto tenía una ventana que me dejaba entrever el cesped del jardín. Me gustaba encender velas y acompañarme de música seria para sentirme más solemne y ahuyentar lo vulgar. Se me ocurrió de repente que quizá mi salvación mundana podría ser la del castigo eterno. Un buen suicidio siempre da rollo, no? No me lo pensé dos veces. Abrí la ventana e intenté tirarme pero el suelo me lo impidió. Ni un triste rasguño que poder lucir. No desistí y lo intenté repetidas veces pero ni siquiera en mi autoasesinato tuve fortuna.

Todo esto lo dejo escrito porque pienso que quizá lo más importante no haya sido querer terminar con mi vida sino el haberlo intentado. Porque ya se sabe que la intención es lo que cuenta. Por lo menos alcanzaba un grado de distinción. No soy artista pero sí maldita y un buen sobrenombre siempre abre muchas puertas. Yo quería que me señalaran, por el motivo que fuera.