agosto 17, 2010

en la selva natural

nunca he sido salvaje y ya no soy una niña pero irme a vivir a la selva podría librarme de esta condena urbana que me ahoga desde antes de ser mayor. Luna, qué haces hablando de tu edad siendo tan joven? yo a la tuya ni tenía años, no existían, ni siquiera la conciencia, y tú, a los tuyos, afirmas no poder ser una Lolita porque todo lo que antes era hermoso (...) ahora se prepara para el final. Debería darte vergüenza, veinte vergüenzas, y las demás deberíamos darte pena, treintaitantas o cuarentaitantas penas. Es algo personal o es de tu generación? nosotras no empezamos a fustigarnos con la inflexible dureza del tiempo hasta que hizo presencia, a los 27. Esa es la edad, los veintisiete. Ahora no sufras. Si vivieras en la selva no te reflejarías, no te mirarías, no nos miraríamos. Si viviera en la selva no te leería, no me importaría y ni me miraría, no estaría escribiendo, ni pensando. Los animales serían mis amigos, les miraría a los ojos y les sonreiría, no me darían miedo ni los leones ni las serpientes y no discutiría con ellos. Nos divertiríamos y les haría reir, no tendría pudor y me abrazarían, sabría pedirles perdón o les insultaría, podría expulsarles de mi vida sin consecuencias si lo necesitara y ejercería lo mismo de amante que de amada. Beberíamos frutas caídas del árbol que, ya fermentadas, nos desinhibiran y nadie nos llevaría de las orejas a desintoxicarnos, nos tocaríamos sin apagar la luz y luego dormiríamos sin fumar el cigarrillo. Y así, otra vez, la belleza de la vida podría imponerse al tiempo. Y no al tiempo, sino al miedo que a él tenemos. Podría dejar de estar enfadada con el mundo y, sobre todo, podría dejar de querer reconciliarme con él.